Las tres promesas de Feijóo y las tres dudas que generan
El gallego aísla a Vox, tiende la mano a un PSOE sin Sánchez y recela del nacionalismo, pero la aritmética es otra cosa.
Sólo los congresos de los partidos son equiparables, en volumen de promesas emitidas, al periodo electoral. Alberto Núñez Feijóo aprovechó el cónclave del PP para transmitir cierta estampa presidencial, pues intuye que el peso de la corrupción doblegará a Pedro Sánchez más temprano que tarde e interpreta que el elector necesita ya algunas certezas sobre su posible acción de gobierno. Entre los compromisos asumidos por el dirigente gallego, todos adicionales al decálogo de medidas oficialmente anunciado, destacan tres: eludir la integración de Vox en un bipartito, no someterse a los nacionalistas y no pactar con el PSOE actual.
Más que promesa, lo primero es una intención que puede desfigurarse ante un cambio de opinión política, por utilizar la jerga de Sánchez. Las encuestas no otorgan de momento al PP el maná de la mayoría absoluta y sin rodillo parlamentario no hay magia que valga: habrá que negociar cada hito, una dinámica muy trabajosa, y el esfuerzo reformista quedará a expensas de los votos de Vox, cuyo programa choca en varios frentes con el de los populares, aunque a la vez se compartan ciertos mensajes formulados con diverso tono (inmigración, bajada de impuestos). Taponar el pequeño flujo de votos que viaja desde el centroderecha hasta las planicies dominadas por Santiago Abascal (12% de trasvase) tampoco parece posible: los jóvenes del ala conservadora prefieren a Vox antes que al PP.
La segunda advertencia de Feijóo conecta directamente con el descarte del primer párrafo y por eso se pronuncia con suavidad: no someterse a los nacionalistas no significa no buscar su respaldo. Se sabe que aquí sí habrá una línea roja (Bildu), pues el PP todavía es fiel a su memoria más reciente, pero el resto de equilibrios se sumergirá en ese mecanismo habitual que determina que los nacionalistas (hoy independentistas) piden y el Ejecutivo cede en un proceso que tiende al infinito y que sólo se frena por dos vías: el vaciamiento absoluto del Estado en los territorios identitarios, tal y como viene sucediendo con el PSOE y ocurrió antes con otros gobiernos, o una reforma en profundidad de la Constitución y el sistema electoral que no parece factible a tenor de la aritmética.
Es el tercer nudo del tronco el más llamativo porque no vuela los puentes que conectan a las dos grandes fuerzas hegemónicas, sino sólo la pasarela con el sanchismo, agujereado por la corrupción tanto en su versión Ferraz como en la rama Moncloa. Remarcando sus palabras (este PSOE), debe deducirse que otro PSOE es posible y que en tal caso podría ocurrir lo que España necesita desde hace décadas: la resurrección de los pactos de país para abordar asuntos que el actual presidente ha preferido toquetear en la trastienda, lejos de la vista del sistema parlamentario, con el propósito único de salvarse a sí mismo.
Cosa distinta es cuánto tiempo tardará en plasmarse ese socialismo depurado y renacido. Mientras el PP soñaba en voz alta con las elecciones y una aplastante victoria, el mismo fin de semana el PSOE celebraba su Comité Federal, Sánchez erraba por tercera vez en sus nombramientos más sensibles y nadie, salvo Emiliano García-Page, se atrevía a insertar una nota discordante capaz de transformarse en cisma.
Quien haya visto El Joven Papa (o la segunda temporada, El Nuevo Papa), sabrá cómo describe Paolo Sorrentino los movimientos sísmicos en el intrincado Vaticano: ninguna revolución está a tiro de piedra si en ella no participan los resortes más próximos al poder. Sin un cardenal Voiello enrolado en la causa del relevo, el Papa es intocable, como intocable refulge Sánchez en su propia casa. Las voluntades expresadas por Feijóo apenas proporcionan un alivio cierto: sabemos que, si gana, el sanchismo habrá llegado a su fin. Todo lo demás estará sujeto a los condicionantes del sistema político español, mal diseñado desde el origen y muy difícil de mutar sin el concurso de quienes aprovechan sus agujeros.